domingo, 9 de marzo de 2014

La locura no hace poetas.

ENTREVISTA DEL 2001



(AW) ""Los Montes..." es una poesía de urgencia y emergencia. Del manicomio uno nunca sabe si sale vivo, entonces hay que ser muy sintético, elemental en ese sentido. Tengo la suerte que no han tenido otras personas, de que además de loca soy poeta, dos cosas que no tienen nada que ver, la locura no hace poetas ni los poetas necesariamente se vuelven locos. El poeta tiene una mirada diferente, circular, sintética, que hace que la realidad pueda ser leída por otros, sentida y hace vibrar a los demás. " dice Marisa Wagner en la entrevista realizada por Estela Iglesias y Javier Flores para a revista de Poesía La Guacha en abril de 2001.-
 
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LA LOCURA NO HACE POETAS

Desde Bécquer a Vallejo; de Montes de Oca a los Piqueteros; de la poesía hasta el teatro; desde la dignidad hasta la integridad; de Huanguelén a ustedes: Marisa Wagner.

¿Cómo empezaste a escribir?

Empiezo a los 8 años escribiéndole a la patria, a San Martín, a Mariquita Sánchez de Thompson, a Rivadavia, a cualquiera hijo de puta que pintara. Pero también pasaba de esos enormes faunos, a las margaritas silvestres de mi pueblo, que no son blancas y amarillas sino rojas.
Huanguelén tenía como única industria una oleaginosa y, por lo tanto, el pueblo estaba rodeado de sembradíos de girasol, así que creía que el mundo era amarillo porque mi madre, con muy mal tino y despistada como siempre, creía que los aviones de los fumigadores, como volaban bajito, no eran peligrosos y me permitía ir con el fumigador. Entonces veía un mar amarillo: mis girasoles no vienen de Van Gogh ni de la locura, vienen de Huanguelén.
El amarillo es mi color porque me lleva a ese lugar ignoto casi, del que se tiene conciencia sensorial pero no intelectual, que es la infancia.
Después apareció Gustavo Adolfo Bécquer, que me pareció magnífico porque tocaba lo profano, lo cotidiano, lo social. En el secundario me enteré de la literatura española, la argentina y otras y descubrí que me gustaba enormemente leer. Leía compulsivamente: el diario, Corín Tellado, un poco de El Capital de Marx, Dostoievski. Después durante un tiempo me hice rosista, y leía historia argentina, pero como la poesía es puta vuelve siempre, y me encontré con tipos rarísimos. Leía en forma desordenada, a Ginsberg y simultáneamente a Baudelaire hasta que un día me encontré con César Vallejo y dije: “epa! Padre, usted sí que es un poeta, no me joda!  y leí toda su obra. Era otra dimensión de la palabra.
Luego conocí a Sergio Darlin, un poeta argentino, muerto ya, que fue mi pareja, y me mostró otra poesía, mi poesía era tan elemental y sencilla que solía avergonzarme frente a ellos. Así que no escribí hasta la muerte de Darlin. En el 97, dije: “ahora es mi turno compañero, usted se ha ido”. Me puse a escribir mis versos que se escriben con sangre o algún líquido parecido contagiado de Halopidol y de otras drogas psiquiátricas. Desde esa circunstancia particular, nace “Los Montes de la Loca”.

¿Cuál es tu relación con la escritura?

No siempre escribo. A veces no tengo nada para decir y no digo nada. A veces pienso que hay mucho papel escrito que nadie lee, para qué sumar... entonces guardo silencio. Y me es útil, como escribir, porque creo además que sin el silencio, las palabras son absurdas, se convierten en ruido. Ahora, después de que salí del manicomio, recupero el tiempo perdido. Trato de vivir porque creo que era importante lo que dije desde adentro pero a veces digo otras cosas. Los otros días me puse a escribir sobre desocupados y piquetes y cascos amarillos, in memorian de compañeros que han muerto en la construcción, los que yo llamo “desaparecidos sociales” porque ni los diarios hablan de ellos; o sobre los canas que todos los días juegan al gatillo fácil. Es bastante limitado lo mío, bastante elemental. No tengo ningún interés de que sea de otra manera.

No me parece elemental decir verdades crudas, con tu manejo de la ironía, desde donde las vivís.

La poesía del establishment se dedica a hablar de atardeceres, otoños, amores desahuciados, mares, astrologías; esa poesía se puede hacer en un escritorio, se puede corregir y volver a corregir. Podés estar treinta años corrigiendo. “Los Montes...” es una poesía de urgencia y emergencia. Del manicomio uno nunca sabe si sale vivo, entonces hay que ser muy sintético, elemental en ese sentido. Tengo la suerte que no han tenido otras personas, de que además de loca soy poeta, dos cosas que no tienen nada que ver, la locura no hace poetas ni los poetas necesariamente se vuelven locos. El poeta tiene una mirada diferente, circular, sintética, que hace que la realidad pueda ser leída por otros, sentida y hace vibrar a los demás. La poesía es síntesis; en 20 ó 30 versos tenés que decir algo, si no, no es un poema. Los poetas aman las vivencias límites... Alfredo Moffatt me define bastante bien. Dice que soy una psiconauta del borde; una persona que necesita de cierto nivel de adrenalina para poder sobrevivir. Creo que el humor negro y la ironía me han salvado la vida: si me hubiese tomado con literalidad lo que me estaba ocurriendo, es probable que me hubiese suicidado. La ironía es una manera de vivir, es la ironía o el humor negro, o la crueldad, en el sentido exacto de la palabra o ese cinismo, en el sentido correcto filosófico del término, el que me ha permitido sobrevivir. Los poetas para poder escribir, previamente tienen que sobrevivir. Sólo los vivos escriben. Por lo tanto, hay que sobrevivir a determinadas situaciones de alto riesgo que permiten que uno tenga una comprensión de sí mismo y de los otros más generosa.

Hay un mundo interior muy fuerte que te sostiene en el libro para analizar lo que estaba ocurriendo y hacer una crítica. En “Los Montes...”, te enfrentás a todo. Es más que decir: es un “hacete cargo”.

No escribí este libro para dañar ni agredir a nadie. Mis enemigos no leen poesía. Era absolutamente innecesario que pretendiera agredir. No es un homenaje, es una denuncia de mi situación en hospicio que implica la situación en Argentina de unas veinte mil personas, pero más allá de eso, hablaba desde mí, desde mi vida, desde mi latencia, desde mi vivencia, desde mi historia, no desde el panfleto, por eso logré poesía. Si no, estaría haciendo un buen alegato quizá no mejor que el de Fidel Castro con el “La historia mi absolverá”, pero no hubiese hecho poesía. La poesía es compromiso absoluto; si vos no te jugás los cojones o los ovarios no la hay, es imitación, suele ser confundida y hay muchos premios que así lo atestiguan.

¿Para decir o escribir poesía necesitamos un escenario determinado? ¿Qué pasa con la poesía cuando no hay escenario? ¿Tenemos que estar contenidos socialmente para escribir, para manifestarnos?

Menos contenido socialmente que lo se está en un manicomio no se puede estar, porque estás afuera, incontenido. Desde la represión, estás contenido. Desde la sociedad estás excluido. La poesía es un hecho íntimo, no necesita escenarios de ningún tipo. El teatro necesita un escenario, dicen algunos. Porque se supone que el teatro necesita un lugar para la escena, un espectador que sepa que lo que va a ver es teatro. Artaud sostenía que el teatro y la vida son la misma cosa, el escenario era cualquier lugar y el espectador era el que pasaba. A Ginsberg por creer eso lo metieron en cana.
El tema es que hay en esta sociedad un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. Te lo enseñan desde que nacés, entonces se coge en la cama, se cocina en la cocina, se come sobre una mesa, hay que lavarse las manos antes, se hace pis en el baño, no se muestran los genitales en público, mucho menos te podés hacer una paja cuando te vienen ganas en la vereda o en la oficina. Son las reglas, que parecen groseras pero hay millones y cada vez más sofisticadas y terminan reglando absolutamente todo tu cerebro, tu cabeza, tus frases, tus sentimientos, tus instintos, reprimiendo. Uno termina siendo una persona adaptada socialmente, con un trabajo coherente, un sueldo conveniente –no en la Argentina obviamente-, pero con eso sos una persona normal, porque has acatado todas las normas. Entonces cuando vos desafiás las normas de cualquier tipo, corrés riesgos, la cárcel, el reformatorio, el manicomio, cualquier cloaca de la sociedad o la poesía. La poesía se gesta en las cloacas y se gesta en el desacato, no hay poesía sin esos elementos porque la poesía busca resonar, en realidad cuando vos escribís no buscás nada, es casi pura catarsis, eyaculación precoz.
Yo digo en uno de mis versos “...porque me saco hasta la piel para poder sentir en carne viva”.  Cuando digo ésto, no estoy hablando una metáfora. Estoy diciendo: trato de despojarme de las pieles artificiales y hasta de mi propia piel para poder sentir en carne viva. Porque lo que vuelve a  todo esto artificial es evitarnos sentir, ahí queda aniquilada la poesía. La poesía va a ser un hecho histórico, un dinosaurio, porque es imposible hacer poesía por internet. Los solitarios, los esquizofrénicos, la gente que escribe en las paredes del baño de los manicomios van a seguir haciendo poesía porque carecen de estos elementos y después los que busquemos a los poetas los vamos a tener que buscar... en los papeles de cocaína, en las jeringas, en el culo de las botellas, en las casas tomadas, en las pareces vacías, en las cárceles superpobladas, porque los poetas son gente de mal vivir y hay que tenerlo claro.

AUTORRETRATO
Creo que soy esencialmente una poeta que estudia psicología social, que hace psicología social, que opera. Pero soy una poeta porque las teorías conmigo mucho no van, todas necesitan ser probadas en la praxis y volver a ser revisadas.


¿Quién le teme a Marisa Wagner?
Por Javier Flores

Esa mera agonía de existir. Marisa Wagner conoce la piel del muro, tanto, que escribió un libro de poesía dentro del Montes de Oca, llamado “Los Montes de la Loca”, un libro que comienza narrando la construcción de girasoles... “Silbando bajito, ando./ Me construyo un girasol/ -es decir, me lo dibujo- / y lo pego en la pared desnuda y grisácea del hospicio. /Después le pongo yerba al mate/ y me voy a pasear por mis recuerdos/...”
Yerba al mate y caminar dentro de un hospicio. Caminar con un “chaleco químico” puesto buscando el árbol, vaciando el dolor.
“No me entran los pies en los zapatos, / las manos tampoco en los bolsillos/ el paso se me traba, no me sale,/ por más que lo intente, no me sale./ Quiero llevar mi tristeza al parque./ Se aburre de estar aquí,/ en posición fetal, / tan arrugada.
/ Quiero ir a llorar bajo los árboles/ ...”
A Marisa se la puede ver acurrucada en esa tormenta de sobrevivencia, “no me entran los pies en los zapatos” el poema donde ella dice acá estoy y ésta soy. Su tragedia es la nuestra, nos refleja la agonía áspera de lo tangible, no hay suavidad como tampoco metáforas, pero hay poemas como el que dice...”Te amé un atardecer, al filo del tablero de ajedrez...” es como la caricia de un perfume, directa a los ojos.
Marisa Wagner escribió un libro, como ella dice: de mi vida soy la única que tiene la autoridad absoluta de mostrar y no querer mostrar mi vida, y aparecen hombres amantes, hermanos, luchas, y creencias.
Su ternura en la reacción, despegar de la fosa de sábanas y colchas viejas no es una metáfora. No hay que hablar tanto de Marisa Wagner, alguien se puede asustar...


YO...
           al licenciado Germán Agüero

Yo...
-esta mujer rota-
que a veces se despedaza aún más en la locura
la que emprende sigilosos, nocturnos vuelos,
sobre los nidos secretos de los monstruos.
La que suele mantener conversaciones largas
con el mismísimo demonio, mirándolo a los ojos.
Yo...
-este ángel mutilado, erróneo-
que arrastra su ala rota en los pantanos,
que camina lentamente
sobre brasas encendidas, sin notarlo,
expiando
quién sabe qué pecado.
Que no se persigna jamás, ni se arrodilla
ante ningún dios de cotillón,
ante ninguna deidad de fantasía.
Quizás...
porque vi morir mis hombres mejores en la guerra.
Inocentes, desnudos, crédulos,
descalzos, casi desarmados
y jamás pude enterrarlos,
quiero decir, honrar la tierra con sus cuerpos niños...
hoy... sin embargo,
me inclino
-con la docilidad y elasticidad de un junco-
frente al milagro descomunal de tu ternura.



IATROGENIA HOSPITALARIA
                          En memoria de Pablito Arriola, mi hijo.
                          Muerto el 29/09/80
                         Hospital General de Clínicas. 
                         Capital Federal.

Mi hombre
hablaba correctamente guaraní
-ésto no sirve mucho en Buenos Aires-
Yo, la madre,
no articulaba palabras
de tristeza.
Mi pequeño hijo estaba muerto.
Una incubadora infectada.
Un microbio perforante de intestinos.
Iatrogenia hospitalaria
-escuché decir en voz baja a los médicos-
Un indiecito menos.
-Esto no importa mucho en Buenos Aires-
¿cómo se dirá en guaraní
iatrogenia hospitalaria?
¿Cómo se dirá hospital de clínicas?


LA PUPI
De amores sucedidos en el parque,
la panza se te puso grande.
Como no sabés contar
las lunas transcurrieron un poco más lentas.
Pero los dolores de parto igual llegaron
-aunque se piense que a los oligofrénicos,
el dolor les duele menos-
Pero tu hija nunca fue tu hija.
La estabas amamantando cuando se la llevaron.
Yo te escucho llorar todas las noches...
porque no se qué pensar,
simplemente puteo.


CONSEJOS PARA VISITANTES
Si Ud. hace caso omiso
de nuestra sonrisa desdentada,
de las contracturas,
de las babas,
encontrará, le juro, un ser humano.
Si mira más profundo todavía,
verá una historia interrumpida,
que hasta por ahí, es parecida...
Si no puede avanzar,
si acaso le dan náuseas o mareos...
no se vaya...
antes, por lo menos,
deje los cigarrillos.


LOS MONTES DE LA LOCA EN TEATRO
No tengo nada que esconder porque no tengo nada que perder. Yo dije: “este garrón sola no me lo como, lo vamos a compartir” y el libro permitió eso. No era una venganza contra la humanidad, era el garrón de mucha gente, era un lugar, una puerta cerrada que quise abrir. Como ese y tantos contrauniversos de mi alma mostré no sólo el manicomio: también mis desaparecidos, mis amores, mis desencantos, mis muertos, mi hijo muerto, mostré una vida, la mía, porque es sobre la única que tengo autoridad absoluta. Como nadie puede desmentir uno solo de mis versos porque es mi vida y como son ciertos, llegaron al otro, y apareció una directora de teatro que dijo “ésto me mueve, quiero llevarlo al teatro”. La primera vez que ensayaron me tiraron mucho de mi vida de vuelta a mí, que creía que ya me la había sacado de encima con el libro y sucedió que la loca que tenía miedo de salir del manicomio por miedo al estigma, a la marca, a la condena, sintiendo o pensando que su hija iba a sentir vergüenza de ella, se dio cuenta de que se estaba haciendo cargo de la vergüenza ajena, y entonces cuando pude compartir y repartir, es decir partir mis miedos, mis vergüenzas, encontré el beneficio secundario del libro y de la obra de teatro. Compartir es algo maravilloso porque lo mismo que era intolerable para una sola persona, es tolerable para cada uno de mis compañeros que sale, de los poquititos que pueden salir. El libro es un salvavidas, y sin quererlo se convirtió en un elemento vital.



ANTONIN, EL ALIENADO
Por Marisa Wagner

Antonin, el alienado, dijo:
“Yo he nacido de mi dolor.”
 “No me gustan los poemas o los lenguajes que trasuntan felices ocios o logros intelectuales.”
Antonin, el alienado, dijo:
“El arte tiene un deber social que es el de dar salida a las angustias de la época.”
“No hay nadie que haya jamás escrito, o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado a no ser para salir del infierno.”
Antonin, el alienado, dijo que un alienado “es un hombre que prefiere volverse loco –en el sentido social de la palabra- antes que traicionar una idea superior del honor humano.”
Antonin estaba loco y decía que “Las cosas van mal porque la conciencia enferma tiene el máximo interés, en este momento, en no salir de su enfermedad.”
Antonin, el alienado, ha muerto hace más de cincuenta años. Alucino ahora escribir en su tumba este epitafio, parafraseando lo que él dijo de su hermano Van Gogh: Se puede proclamar la buena salud mental de Antonin Artaud, que sólo creyó en lo que imaginaba, “en un mundo en el que todos los días la gente come vagina cocinada con salsa verde y sexo de recién nacido fragelado y enfurecido, tomado tal como sale del sexo materno.” Y decirle: Sí, hermano, las cosas van mal porque la conciencia enferma está en el pico de máxima enfermedad. Sigue encegueciéndonos tu luz, no la podemos ver.
Te escuchamos decir que lo que hacés es “huir de lo claro para aclarar lo oscuro”, pero no lo podemos entender y da rabia volver a sentir deseos de arrojarte nuevamente al manicomio.
¿Sabés por qué? Porque seguimos comiendo “sexo de recién nacido fragelado y enfurecido”. Por estos lares, dicen algunas estadísticas que lo hacemos cincuenta y cinco veces por día por los menos y es raro, ni siquiera eructamos.
Las cosas van mal Antonin... andamos mal entretenidos.
Y a veces, créeme, repito tus palabras sin querer:
“Todo me disgusta en la prodigiosa suciedad de este tiempo.”
Por ese profundo disgusto era tal vez que gritabas:
“Necesito poesía para vivir, quiero tenerla a mi alrededor.”
Antonin, el alienado, vive. Suele andar por los pasillos del Borda y sin visita.

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